Joaquín Serrano. Arquitecto y Magíster en Arquitectura, Escuela de Arquitectura UC
En la última semana, el debate público nacional se concentró en el caso de un constitucional electo cuya campaña habría girado en torno a una mentira. Gracias a un reportaje aparecido en el diario La Tercera, la opinión pública supo que el convencional Rodrigo Rojas Vade, vicepresidente adjunto de la Convención Constitucional, no padece cáncer como él había afirmado durante su campaña.
Obviamente, las reacciones no tardaron. Desde la derecha, cada vez más identificada con el rechazo, escuchamos cómo el caso de Rojas Vade es sólo otro show más “del circo que es la convención”. El proceso constituyente, plagado de irregularidades, se encontraría destinado a producir un documento tan paupérrimo que necesariamente será desaprobado por el referéndum de salida. Algunos —de ese mismo sector— incluso son escépticos de que dicho documento llegue a existir algún día.
Por el otro lado, las personas más interesadas en el éxito del proceso constituyente repitieron una y otra vez —de manera casi masoquista— cómo estos errores erosionan la confianza depositada por los votantes y comprometen el proceso de darnos la tan anhelada nueva carta magna.
Por último, hubo un tercer grupo, ampliamente inferior en adherentes, que cuestionó la necesidad del reportaje donde Rojas Vade era desenmascarado. ¿Qué es lo que puede llevar a alguien a pertenecer a este tercer grupo de opinión?
Mi hipótesis es que, detrás de esta postura aparentemente irracional, existe la convicción de que Rojas Vade representó, por el tiempo que duró su mentira, a muchos otros que comparten su dramática situación. El “peligro” detrás del reportaje que lo expone residiría en la posibilidad de que el juicio moral a la persona eclipse un problema estructural del sistema de salud chileno. Y es que la mentira de Rojas Vade, mezquina e intolerable, expone simultáneamente una verdad aún más indignante: no todos podemos costear nuestra salud.
A la práctica de ficcionar la realidad con el fin de revelar las verdades sustanciales de nuestra vida, los seres humanos la llamamos arte. A excepción de Platón, todos perdonamos a un actor por “mentir”, por representar algo que no es. Ya sea por ocultar que sus líneas son parte de un guion o por hacernos creer que el escenario es algo más que escenografía, nos entregamos voluntariamente a la fantasía porque sabemos que cada una de las mentiras que la constituyen nos acercan a algo que sí es real y que muchas veces la propia realidad nos oculta.
Dice su biografía que Rojas Vade estudió teatro, pero que por deudas vinculadas al tratamiento de su enfermedad no pudo terminar la carrera. Poco importa si esto es cierto o no: nada indica que debamos suspender el juicio a Rojas Vade, otorgándole la amnistía del artista. Sin embargo, el deber de todos los que creemos que Chile merece una constitución hecha en democracia no puede sino reconocer el contenido de verdad en su relato. Si lo logramos, entonces habremos presenciado, quizás por primera vez, un arte sin artista.