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El fin de la mujer universal

Felipe Pizarro Pinto. Arquitecto Magíster en Arquitectura, Escuela de Arquitectura UC


Un legado fundamental de la tercera ola feminista fue la negación de la idea de mujer universal. Desde normativos biológicos a discursos colonialistas, desmantelar este mito supuso cuestionar la idea misma de una historia feminista unívoca y desprovista de variables de clase, raza o género. Esto ha repercutido en la forma de articular los feminismos hoy.

La activista Adriana Guzmán, voz protagónica del feminismo comunitario boliviano, afirma en Descolonizar la memoria, descolonizar los feminismos (Tarpuna Muya, 2019) que sólo recientemente “nos enteramos de que no todos los feminismos luchan contra el patriarcado”. Desarrollando una teoría centrada en el cuerpo de mujeres latinoamericanas indígenas, Guzmán critica el feminismo blanco colonial, demasiado cómodo con el neoliberalismo.

Lo que estas diatribas exponen es la rotura política que la muerte de la mujer universal implica: ¿cuál es el ‘nosotras’ al que apuntará el feminismo? ¿Será un ámbito político basado en nociones de ‘identidad’? Donna Haraway, autora de El Manifiesto Cyborg (1983), describe este fenómeno explicando que la conciencia de género, raza o clase es “un logro forzado en nosotras por (…) las realidades sociales contradictorias del patriarcado, del colonialismo y del capitalismo”. En consecuencia, la autora se pregunta: “¿qué identidades están disponibles para poner las bases de ese poderoso mito político llamado ‘nosotras’? ¿Qué podría motivar nuestra afiliación a tal colectividad?”.

Para Haraway, la idea de ‘mujer’ actúa en sí misma como herramienta de opresión entre mujeres y, ante la “dolorosa fragmentación” entre feministas, invita a desanclarse de esquemas de identidades originales a priori en pos de construcciones a posteriori: identidades “cyborg”. Los cúmulos identitarios de los feminismos ya no serían ‘descripciones’ – esencialistas y subordinadas – sino categorías políticas y metodológicas de ‘articulación’ para la acción.

Pero ante esta oportunidad aparentemente liberadora, la postura feminista comunitaria de Guzmán se torna sorprendentemente conservadora. En Descolonizar la memoria critica que hoy “el debate se inclina por acabar con el cuerpo de las mujeres como territorio de lucha, pues dicen que el sujeto del feminismo, las mujeres, es una ilusión (…) como que las mujeres ya no existimos”. Ignora así la posibilidad – que ella misma sugiere páginas atrás – de superar la contradicción entre una mayor fragmentación feminista y la necesidad de múltiples articulaciones para la praxis, amarrándose a un concepto de “mujer original” que reniega nuevas lógicas identitarias.

El feminismo es, y con justa razón, un espacio de ‘identidades políticas’. Sin embargo, ante el peligro de que la fragmentación epistemológica derive en la inacción política – lo que teme Guzmán – Haraway ofrece una salida: un feminismo de identidades articuladoras y no descriptivas. Uno que permitiría dar coherencia a la siempre difícil paradoja de organizar grupos con ostensibles diferencias de origen alrededor de estrategias políticas comunes, siempre variables y contingentes.


*Esta columna fue realizada para el curso “Textos y Arquitectura: Feminismos”, dictado por Tatiana Carbonell en el Magíster en Arquitectura UC durante el primer semestre de 2021.

El talentoso Sr. Rojas Vade

Architecture in Global Socialism. Reseña