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Los niños primero

Simón Morgado. Arquitecto

 

Tuvieron que pasar 168 días desde iniciado el contagio para que se tomara la medida de crear un permiso temporal individual para que niños, niñas y adolescentes (NNA) pudiera salir de sus viviendas. Mientras tanto, confinar a la población infantil en espacios de permanente desigualdad, ha sido perturbador. Pero, por otro lado, esto nos ha convertido – a todos por igual – en habitantes inmersos de un mundo cada vez más escenificado, con una sobrecarga de estímulos visuales y saturación de imagen. Una sociedad de ciegos-videntes. Ciertamente nuestras viviendas no sólo pueden ser utilitarias, también deben despertar emociones y contribuir a la salud: espacio habitable tiene una gran influencia conductual, psicológica y emocional sobre las personas.[1]

La tardanza del permiso podría haber afectado, y seguir perjudicando, todas las áreas claves del neurodesarrollo. Sin ir mas lejos, estudios previos sobre el impacto del aislamiento en pandemias ya pasadas – realizadas en adultos – estiman que hay cuatro veces mayor probabilidad de estrés postraumático debido a las cuarentenas. Además, los expertos pediátricos dicen que las experiencias que vivimos modifican la estructura cerebral durante toda la vida, lo que trae consigo un impacto en nuestra salud mental a largo plazo, siendo fundamental la interacción de la persona con el medio que lo rodea. La pandemia ha dejado en evidencia un enfoque adulto-centrista y, en consecuencia, nuestras viviendas podrían estar afectando por igual a adultos como infantes.

Es un colosal desafío acostumbrarnos a la forma de ver el mundo a través de las pantallas, sin embargo, nuestras viviendas siguen contribuyendo hacia una desaparición de la esencia física, sensual y corpórea, a espacios abandonados y contemplativos. Nuestra realidad espacial ha pasado de la simultaneidad a un estado secuencial, más parecida a la realidad espacial del no vidente. No percibimos a las personas a menos que las escuchemos por las pantallas. Los objetos no están en constante movimiento, más bien están a determinadas distancias de uno y las cosas no parecen tener temporalidad, ahora son estáticas.

Aislarnos ha significado separar los estímulos sensitivos, aletargando algunos receptores específicos de los órganos sensoriales, en estado de stand by. Pareciera ser que, al confinarnos, nos encontramos en un constante lag, sumergidos en una cada vez más deplorable experiencia doméstica a nivel perceptiva y sensitiva. Incluso la contingencia, ha forzado al ojo a ser antepuesto al resto de los sentidos, sin ser consiente y tener control de que el equilibrio sensorial enriquece nuestras experiencias cotidianas. Como habitantes homogéneos en situación de crisis sanitaria, este punto abre una reflexión en torno a reconocer la importancia de nuestro espacio afectivo-emocional y la sensorialidad de nuestras viviendas. Como escribió José Saramago: “creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”.


[1] Sonia Vásquez, “Patios de silencio: mecanismos arquitectónicos para al emoción en los patios modernos interiorizados y contemplativos en las casas españolas de los años 1950-60”. Tesis doctoral, Universidad de la Coruña, 2013.

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